El poema de hoy es un clásico que Quevedo dirigió a Luis de Góngora, su enemigo personal y literario que fue diana y blanco de su afilada pluma en más de una ocasión.
En esta, el poeta satírico se mete descaradamente con el aspecto de Góngora, ensañándose concretamente su nariz que, al parecer, era más grande de lo debido.
La historia de los dos contrincantes no puede recordarse sin rememorar el apéndice nasal de Góngora, retratado con tanto desdén como talento por un ingenioso Quevedo.
El Club de los poetas libres os invita hoy a leer: "A una nariz", un poema imprescindible que todo amante de la poesía debería conocer. Disfrutadlo.
Érase un hombre a una nariz pegado,
érase una nariz superlativa,
érase una nariz sayón y escriba,
érase un pez espada muy barbado.
Érase un reloj de sol mal encarado,
érase un alquitara pensativa,
érase un elefante boca arriba,
era Ovidio Nasón mas narizado.
Érase un espolón de una galera,
érase una pirámide de Egipto,
las doce tribus de narices era.
Érase un naricísimo infinito,
muchísima nariz, nariz tan fiera,
que en la cara de Anás fuera delito.
érase una nariz superlativa,
érase una nariz sayón y escriba,
érase un pez espada muy barbado.
Érase un reloj de sol mal encarado,
érase un alquitara pensativa,
érase un elefante boca arriba,
era Ovidio Nasón mas narizado.
Érase un espolón de una galera,
érase una pirámide de Egipto,
las doce tribus de narices era.
Érase un naricísimo infinito,
muchísima nariz, nariz tan fiera,
que en la cara de Anás fuera delito.
Francisco de Quevedo y Villegas
Foto: Francisco de Quevedo y Villegas |
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